domingo, 23 de agosto de 2009
A veces me cuesta creer que hubo una epoca en que verdaderamente fui feliz. Junto a ti.
Me cuesta creer que existio un tiempo en que lo unico q faltaba para estar bien era hacerte reír,
o correrte ese mechón de pelo rebelde q siempre encuentra su camino a tu boca mientras hablas.
Tus ojos lanzando destellos mientras me miras, porque yo dije alguna estupidez q te parecio graciosa,
quizas no lo suficiente como para reirte, sino tan solo para mirarme,
de aquella forma que hace que mi corazon se acelere.
O verte dormir, casi palpando la belleza extraordinaria que te envuelve.
A veces es tan difícil creer que ese tiempo existio, que me senti asi.
Y en algunos momentos me parece que esa epoca esta solo a un palmo de distancia,
casi al alcance de la mano, y que si pudiera rodearte con los brazos o tocar tu mejilla,
podria transportarte a un futuro diferente donde no existirían el dolor ni la oscuridad ni las opciones amargas.
Bueno, todos hacemos lo que podemos, y eso debe bastarnos...
y si no nos basta, debemos resignarnos. Nunca nada se pierde... nada que no se pueda volver a encontrar.
Quizas si...
Tiempo atras
Quema
Abre los ojos.
Esa voz, inundando su aturdida cabeza, llenando su ser con una fuerza extraordinaria, levemente femenina, cargada de hermosos matices, profunda y deliciosamente melodiosa. No la escuchó precisamente en sus oídos, sino que parecía retumbar en el lado apartado de su cerebro, allí donde los sueños y esperanzas descansan. Como si de alguna forma se hubiese colado alguna clase de ser maravilloso en su cabeza y ahora le estuviese hablando desde dentro de ella.
Una fresca frisa acarició su rostro, a medida que emergía de la inconciencia que le había embargado, comenzó a sentir más cosas. Una cálida sensación recorriendo su cuerpo, el salado olor del mar, cargado con todos los aromas característicos del océano, el sonido del agua rompiendo contra alguna pared, fiero e indomable, el leve pero presente susurro del viento a través de las hojas de los árboles. Las sensaciones parecían ir y venir en vaivenes, como si estuviera despertando y durmiéndose al mismo tiempo, aún así, la voz en su cabeza se mantenía firme y estable, llenando su ser, completando de alguna forma esa parte de sí mismo que necesitaba ser completada con desesperación, parte de si mismo que ni siquiera sabía que existía.
Abre los ojos.
Igual de hermoso, pero esta vez con un leve matiz de urgencia, un poco más ruda, quienquiera que fuera la dueña de esa voz, parecía necesitar que abriera sus ojos, y la cuestión era que estaba tratando, con todas sus fuerzas, pero sus ojos no se abrían, sus malditos parpados se negaban a hacerle caso.
Quería ver el mar, hermoso como obviamente debía ser en este tipo de sueños, porque esto tenía que ser un sueño, no recordaba haberse acostado al aire libre cerca de alguna playa la noche anterior. Quería observar los árboles danzar al caprichoso son del viento costero, pero más que nada, quería hacer lo que aquella voz le estaba pidiendo que hiciera, quería que ese matiza urgente y duro abandonara su melodiosa voz.
Trató una vez más con todas sus fuerzas, pero fracasó nuevamente. Consiguió moverlos solo un poco, lo suficiente como para vislumbrar los dorados rayos del sol en el azul del cielo. Descansó por un par de segundos, aunando fuerzas, y trató una vez más, y fue más fácil, consiguió abrirlos e incluso mantenerlos abiertos por un par de segundos, y lo que vio le dejo sin aliento. Alcanzó a ver un cielo azul profundo, en el que perezosas nubes se dirigían lenta y ordenadamente hacia el oeste, una enorme bola dorada suspendida en el. Se encontraba recostado en un claro rodeado de árboles y alta hierba a los lados, un par de cientos hacia su derecha, la hierba terminaba abruptamente y comenzaba la arena, fina y dorada, y más allá el mar mas azul que jamás había visto en su vida, el agua clara y resplandeciente no parecía afectada por la contaminación ni los embates del hombre, no se advertían barcos en la distancia ni basura enterrada en la arena, era maravilloso.
Se asustó, por la belleza del paisaje, por lo fuerte que eran los aromas, porque el lugar no parecía haber conocido la cruel mano del ser humano, porque definitivamente no estaba donde se había acostado la noche anterior. Pero lo que lejos más le asustó fue que la dueña de aquella hermosa voz parecía no estar en ninguna parte.
Sus ojos se cerraron en contra de su voluntad.
Descansó un par de minutos, reuniendo fuerzas para que la próxima vez que los abriera los muy malditos se mantuvieran de esa forma. Los segundos pasaron, se fundieron en minutos, y el tiempo corrió lento y perezoso.
Trató de mover su cuerpo, sus dedos respondieron casi al instante, pero sus pies y brazos se negaron rotundamente, comenzó a abrir y cerrar las manos para pasar el tiempo, movió levemente los brazos y después de un gran esfuerzo logró flexionar un poco las rodillas. Con cada movimiento que hacía, sentía como si miles de agujas se clavaran en su carne, aunque no sintió tanto dolor así como incomodes.
Abrió los ojos nuevamente y esta vez se quedaron de esa forma, el sol lo deslumbró un poco, pero no pudo protegerse con sus inútiles brazos, así que se quedo mirando el brillante paisaje con los ojos entornados hasta que se acostumbró a la nueva luz. Su cuerpo respondía con una lentitud que le exasperaba, calculó que al cabo de media hora podría moverse libremente.
Estaba asustado, aterrorizado mejor dicho. No tenía ni la menor idea de donde estaba, como había llegado allí o que le había ocurrido, nada. Y la dueña de aquella voz no estaba en ningún lado para ser encontrada, estaba solo en un lugar desconocido, sin saber donde ir ni que hacer. Puta suerte la mía, pensó desesperado.
Así que esperó, observando todo cuanto le era posible, a pesar del miedo que sentía no podía evitar sentirse maravillado por todo lo que le rodeaba, nunca había visto un verde tan vivo en el follaje de los árboles ni sentido una brisa tan reconfortante como la que sentía ahora, la belleza del mar captaba su atención a ratos, y sus ojos se desplazaban inconcientemente hacia el a cada momento.
El metálico graznido de una gaviota captó su atención, aparentemente salido de la nada, o solamente fuera de su campo de visión. Un batir de alas solitario, un rugido apagado, y de nuevo un graznido, solo que esta vez cargado de dolor y sorpresa. No sabía que se había devorado a la pobre ave, ni le importaba mucho, siempre y cuando la maldita cosa se mantuviera alejada de él.
Contó mentalmente hasta que calculó que habían pasado un par de minutos, quizá el tiempo suficiente para intentar mover su cuerpo, intentó, apretando los dientes ante el dolor que sintió, parecía tener agujas en cada rincón de su cuerpo, se clavaban en su carne haciéndole gemir, al cabo de un par de segundos se rindió y se recostó nuevamente en la hierba, obligándose a esperar. Esperó otro par de minutos, tomó aire y lo intento otra vez, y esta vez su cuerpo le respondió con sorprendente facilidad, las agujas ya casi habían desaparecido de su cuerpo, solo quedaban algunas en sus piernas, que más que dolorosas eran molestas. Se incorporó lentamente y consiguió por fin ponerse de pie.
Lo primero que hizo fue inspeccionar el área en busca de la gaviota y, más importante aún, de su predador, no encontró nada excepto un par de plumas blancas como la nieve, suspendidas entre las ramas de un arbusto.
Comenzó a caminar en dirección al mar, quería sentir la fina arena dorada bajo sus pies descalzos, el agua correteando entre sus piernas. Apuró el paso, haciendo leves muecas cuando las agujas se hundías hondo y más hondo en la carne de sus piernas que le hacían moverse con dificultad y convertían algo tan sencillo como trotar en algo mucho mas complicado, trastabilló y se fue de bruces, se golpeó con una piedra que sobresalía de la tierra, y la cabeza le dio vueltas. Se quedó tendido allí unos minutos, maldiciéndose por torpe, su cabeza gritando en agonía a cada latido de su corazón. Al cabo de unos momentos, el deseo de sentir el mar, nadar en sus azules aguas, fue mucho para él, así que terminó por levantarse y comenzó a caminar otra vez, solo que ahora de forma lenta y cuidadosa. Cuando finalmente llegó, fue todo lo que había imaginado, y mejor, arena tibia y agradable al tacto, el agua fresca y deliciosa. Siguió caminando hasta que el agua le llegó más arriba de la cintura, en algún momento miro hacía abajo y vio extraños peces correteando entre sus piernas, de formas y colores nunca antes vistos por él.
Vete
Esa voz otra vez, se gira tan rápidamente que algo cruje levemente en su cuello, y allí está, tan solo a un par de metros de él. En su campo de visión aparece un rostro encantador, cincelado por un escultor perdidamente enamorado, con delicados trazos que casi parecen caricias. No puede moverse y apenas es capaz de respirar por la sorpresa. La mujer le sonríe con ternura y un dejo de impaciencia. Inteligencia, humor y ternura resplandecen en aquellos ojos verdes con la fuerza de mil soles, le encandilan y al mismo tiempo se siente enamorado, el corazón le vuelve a martillear en su pecho y en su cabeza, pero esta vez los latidos son dulces. Ella parece advertir su estado de ánimo y sonríe, una sonrisa que ilumina su rostro y le enriquece los labios, se pregunta como sería besar esa boca y siente las rodillas flojas. Viste una sencilla túnica blanca de algodón, su cabello es del tono dorado de la miel virgen derramándose de un panal roto, hondea y lanza destellos de oro en la brisa costera. Trata de acercarse, pero se siente desilusionado y profundamente triste cuando ella retrocede a su paso, de pronto el mar se alza embravecido y una ola impacta contra el, lo último que ve antes de caer y ser succionado por el agua es a ella, ahora no tiene sonrisa, aunque de todas formas es la mujer más bella que jamás haya visto, en ese momento siente que su belleza es solo una pequeña parte de ella, le aterra pensar que no sabrá que es el resto. La tristeza inunda su rostro y una solitaria lágrima se desliza por su mejilla.
Cae y traga litros de agua salada mientras pugna por tratar de levantarse, cuando por fin lo logra, ella ya no está.
Vete, ella otra vez pero tan solo en su cabeza, la palabra flota en el aire y parece estirarse hasta que se convierte en un chillido insoportable. No quería irse, de pronto le encantaba ese lugar, la fresca brisa, el mar y por sobre todo, ella, tenía que encontrarla, al menos intentarlo. Era como el paraíso con el que siempre soñaba cada vez que se iba a dormir en su mugre de departamento, convenciéndose a si mismo noche insomne tras noche insomne que algún día lo lograría, que todo el mundo las ve negras en algún momento de sus vidas, lo más cerca que había estado de semejante paraíso era el calendario en su pequeño cubículo con una foto del caribe en un lado y los días del mes por el otro ¿Irse? Que va.
Vete, ¿había notado un dejo de impaciencia en su rostro cuando la vio por primera y última vez? No estaba del todo seguro, pues había estado muy embelesado como para fijarse en esa clase de nimiedades. Pero, ¿notaba ahora el dejo de impaciencia en su voz? Pues claro que sí, impaciencia… y algo más. Miedo, tal vez.
Y fue en ese mismo momento que lo sintió, el calor, la temperatura debía de haber aumentado 5 grados en apenas treinta minutos, demasiado calor, el agua ya no estaba fría y fresca, sino que caliente y pegajosa, no sabía como explicar esto pero el agua parecía haber ganado densidad hasta el grado de tener la consistencia del fango, lo cual hacía que su carrera desesperada hacia la orilla se volviera lenta y trabajosa. De pronto, por todos lados comenzaron a emerger los peces que hace tan solo un rato había visto nadando juguetones entre sus piernas, la superficie del mar se llenó de peces muertos, flotando en el calor abrasador, con los gelatinosos ojos hirviendo en sus propias orbitas.
El cielo y el mundo en general parecían estar oscureciéndose, a pesar de que el sol apenas se había movido de su posición original. Avanzó todo lo rápido que sus estúpidas piernas y la viscosa agua le permitían, el maldito océano amenazando con botarlo a cada ola.
Llegó a la playa y en ese momento deseó haberse despertado con zapatos en ese sueño visión o lo que fuera, la arena estaba condenadamente caliente, escuchó un leve chisporroteo y con una mueca de dolor y asco comprendió que habían sido las plantas de sus pies quemándose.
Vete.
Si, obviamente ahora entendía el mensaje, y estaba ansioso por cumplir su parte, pero ¿adónde iría? No tenia idea de cómo había llegado allí, así como tampoco tenía idea de donde estaba ¿adonde correr cuando todo el puto mundo se caliente como un maldito horno? De todas formas corrió, como alma que lleva el diablo, corrió hasta que le pareció que su corazón iba a estallar y su sangre parecía ácido en sus venas. Corrió hacia el único lugar que conocía por aquellos parajes, el claro en el que había despertado. Ante sus incrédulos ojos, su paraíso se esfumo con la misma rapidez con la que se extingue un fósforo en medio de un vendaval. Los árboles se prendían en llamas a su paso, a sus espaldas le llegaba un incesante gorgoteo, el sonido que hace el agua al hervir, se dio vuelta lo suficiente para ver al mar agitándose burbujeante, evaporándose en enormes y nauseabundos vahos de neblina. Las aves caían en llamas del cielo que ahora mostraba un extraño color violeta, de las colinas se elevaban enormes columnas de humo y los insectos caían incinerados en el acto ante la ola de calor. Un incandescente fluía perezosamente a su lado, desprendiendo rayos dorados y arrasando con toda la vida a su paso.
Respirar quemaba, cada inspiración abrasaba su garganta y secaba sus pulmones, el calor le cubría y le sofocaba, impidiéndole respirar, la esperanza de salir vivo de aquella ya le estaba abandonando cuando lo vio, una forma verde en medio de todo lo anaranjado y el calor, la silueta de un cuerpo humano se vislumbraba allí, y el fuego parecía mantenerse alejado de ella. Echó a correr pisando la tierra incandescente y los restos a medio quemar de un árbol, aulló de dolo. Pero todo era justificado, si lograba llegar a ese claro quizás se salvara, a lo mejor un portal se abriría succionándolo hacia su propio y miserable mundo ¿quién lo sabía? Desde luego el no.
Una lunática sonrisa decoró su rostro cuando pegó el salto más grande su vida y aterrizo en la hierba fresca que de alguna forma se había conservado viva. Cerró los ojos y su sonrisa comenzó a borrarse cuando comprendió que nada pasaba, ni nada pasaría, el Apocalipsis no se detuvo, nada pasó, no fue teletransportado de vuelta a su departamento por arte de magia. El calor y el fuego siguieron allí, y no solo eso, sino que se intensificaron. Poco a poco el verdor se fue consumiendo, la última protesta de un mundo que se extingue en fuego y oscuridad. El calor le envolvió, implacable, cortándole la respiración y haciéndole lagrimear los ojos. Cerró los ojos, no tenía ninguna intención de ver como su piel se enrojecía para luego llenarse de ampollas, ciertamente tampoco no quería sentir el olor.
Comenzó a alejarse, el crepitar del fuego se escuchaba sofocado ahora, incluso el dolor disminuía. Se hundió en la oscuridad con el aroma a carne quemada inundando sus fosas nasales. Su carne. Quemándose.